lunes, 7 de mayo de 2007

El pensamiento ecológico en la tradición china

EL BUDISMO, la gran corriente filosófica del Lejano Oriente, enseña el respeto a todas las formas de existencia. Su reflexión sobre la naturaleza fundamental de los fenómenos, constituye en muchas de sus consideraciones, el fundamento espiritual del pensamiento ecológico moderno. En el siglo IX, el gran Maestro de Ch’an Lin Zi (Rinzaï en japonés) resumió de modo admirablemente conciso lo que constituye hoy lo esencial de la preocupación ecológica, a saber, los diferentes tipos de relaciones posibles entre el hombre y la naturaleza: «He aquí lo que usted puede hacer: suprimir al hombre y salvaguardar el medio ambiente, o suprimir el medio ambiente y salvaguardar al hombre. Puede suprimir juntos al hombre y al medio ambiente, o puede proteger juntos al hombre y al medio ambiente».

Para saber cuál de estas aserciones es la más justa, sin duda hay primero que comprender mejor qué es el hombre, qué es la naturaleza y qué los vincula. Lo mismo que, como acertadamente expresó Thich Nhat Hanh, esta hoja de papel está hecha totalmente de elementos «no hoja de papel», el hombre está hecho totalmente «de complementos no humanos», cuyo budismo siempre tuvo por objeto reencontrar la naturaleza profunda. Es decir, cogiendo una simple flor y mostrándosela a su discípulo Kasyapa, el Buda le transmitió la esencia de su enseñanza. Observar profundamente un objeto hasta ver allí toda la creación; descubrir la temporalidad de los fenómenos y sus vínculos de causalidad, son los fundamentos de una ecología verdadera y espiritual.


La medicina china, una "Eco-medicina"

Impregnada de taoísmo y budismo, la medicina tradicional china ve al ser humano como un sistema que vive al ritmo del universo que lo rodea. Su vida es ajustada por las cuatro estaciones; es el reflejo y el juego de los mecanismos de la naturaleza a la cual pertenece y no puede sustraerse. Mientras tendemos a considerar que nuestra vida nos pertenece, la tradición médica china enseña que «la vida no nos pertenece, somos nosotros quienes le pertenecemos». Alimentado por los cinco climas del cielo y los cinco sabores de la Tierra, el hombre forma parte íntegramente de la naturaleza. No sólo le pertenece, sino que le corresponde. Sin equívoco a este respecto, Nei Ping dice que «El hombre se parece al cielo y a la Tierra».

La medicina tradicional china suele así presentar al ser humano como un ecosistema en miniatura. Subraya la semejanza que presenta su organismo con el de la naturaleza: protuberancias óseas y relieves montañosos, sistema piloso y bosques, sistema venoso y ríos, o aún emociones y climas: la alegría comparable al buen tiempo, la tristeza a la lluvia, etc. Por lo tanto, en esta visión, la noción del cuadro clínico toma un sentido profundo en esta medicina. Algunos ven en estas analogías una dimensión poética, sin vínculos verdaderos con la ciencia o con la medicina. No sigue siendo menos verdadero que somos ante todo unas criaturas suspendidas entre el cielo y la Tierra, a la que debemos en cada segundo nuestra respiración y nuestra sangre.

Y al igual que un niño se parece a sus padres, parece lógico que el producto del polvo que somos tenga alguna semejanza con su madre natural. Pues no hay solo poesía, sino también un cierto sentido común en la visión tradicional china del ser humano. Este postulado es, por otra parte, común a otras numerosas etno-medicinas, particularmente la de los Amerindios, que consideran que el hombre forma parte de la Tierra totalmente, como la Tierra forma parte del hombre. Si los hombres están en la imagen de la naturaleza y se alimentan de ella, es porque la naturaleza también es un ser vivo. Un ser con su calor interno, sus sustancias minerales, sus corrientes electromagnéticas, sus líquidos y sus gases orgánicos. Un ser que, como nosotros, transpira, tirita y conoce fases eruptivas. Nuestra vida se alimenta de su vida, nuestra respiración de su soplo, nuestra sangre de su sangre. Vivimos sobre la Tierra como un niño vive enganchado al seno de su madre, en interdependencia total con ella.

Cuando se mira la vida desde este punto de vista, el de nuestra madre portadora, la cuestión de la medicina de los hombres toma un sentido nuevo. ¿Podemos ocuparnos de ellos sin ocuparnos también de su madre? ¿Cómo ayudar a los primeros sin perjudicar a la segunda ? ¿Cómo asistir a los hombres en el respeto a la naturaleza que les dio vida y los volverá a acoger? Si somos hijos de la Tierra y hermanos de otros seres vivos, ¿podemos declararnos a favor de dejar de masacrar los últimos tigres para aliviar algún reumatismo? ¿Podemos aceptar que una industria envenene todo un río so pretexto de fabricar una medicina? ¿O sustituir la naturaleza en su selección natural a riesgo de crear enfermedades nuevas y terribles?

Tocamos los límites éticos de una medicina que olvidó poco a poco que el hombre y la naturaleza coexistían y que «todo lo que llega a la Tierra llegará a los hijos de la Tierra» dijo el Jefe Indio Seattle (1854). Debemos luchar contra el dramático olvido de una naturaleza que es nuestra naturaleza y de la que no debemos renegar sin renegarnos a nosotros mismos. Los hombres-medicina, para quienes el respeto a la naturaleza va junto con el del hombre, forman ahora parte de las leyendas de los pueblos primitivos. En cuanto a las medicinas que permanecen hoy, no tienen ya esta preocupación. La medicina moderna mira sólo la enfermedad. Las medicinas tradicionales miran al hombre. Es mejor, pero no es suficiente. Cuando hablan de la naturaleza, es en sentido único, para traerlo a la imagen y al servicio del hombre. Estas medicinas tienen muy olvidado que un niño no sobrevirá mucho tiempo cuando su madre está moribunda.

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